Las cosas cambiaron al arribo del Cristianismo. Las mujeres cristianas evitaban el uso de cosméticos, en la creencia de que la apariencia natural era más agradable a Dios; el lujo y los cosméticos no eran aceptados. Los Primeros Padres de la Iglesia condenaron la apariencia artificial
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En el Imperio Romano, el embellecimiento de las pestañas era un rasgo exclusivamente femenino. Las mujeres romanas eran asistidas por sus sirvientas o esclavas llamadas ornatrices, o cosmetae, que cuidaban de su belleza.
Las vírgenes vestales no usaban ninguna clase de maquillaje, para preservar su castidad.
Las romanas usaban las pestañas largas, gruesas y curvadas, como un signo de belleza traído del Oriente, de Egipto y la India.
Plinio el Viejo decía: "Las pestañas se caen por el excesivo sexo y es especialmente importante para la mujer conservar sus pestañas largas para probar su castidad".